TOKIO 1: SHINJUKU

Otra vez llueve. Son las 6:34 am, es de día desde las 5 aproximadamente y al asomarme por la ventana de nuestra habitación en la planta 14 del Hundred Stay Tokio Shinjuku se ve una espesa niebla y todo mojado.

Ayer cuando estábamos duchándonos sonó una alarma en la habitación y una voz en japonés soltó unas frasecitas, inmediatamente nos quedamos paralizados mirándonos esperando la replica en ingles pero nada...

Esta noche Miguel se ha despertado a las 2:30 y ha dicho en voz solemne "mamiii, no pedoooo, no pedo dommiii", demasiado para ser tan pequeño, el trastorno del cambio de hora lo tiene loco y no sabe lo que pedir ya. Se pegó tres cuartos de hora luchando con el insomnio el pobre y lo consiguió, aún sigue frito.

Ya han encontrado el carro y en recepción han dicho que nos lo traen hoy o mañana, sospechamos que lo han dejado en Londres...

La habitación es normalita con dos camas independientes muy grandes donde dormimos los tres cómodamente y nuestro cuarto de baño tiene ese objeto tan común aquí que deja a los nuestros en la prehistoria

Trae, como podréis observar, unas instrucciones muy especificas. Os vais a quedar con las ganas de saber si lo he usado o no...

Al hilo de esto, vamos a desayunar a ver que nos encontramos.

------

El desayuno normalito, no hay nada que untar.

Para poder publicar las entradas del blog tengo que bajar a recepción que es donde hay wifi. Intento estar allí el menor tiempo posible porque como música ambiente tienen una melodía tocada con un piano de lo más triste que se repite cada minuto (cada minuto). Como el comedor es una prolongación de la recepción es como si nos comiéramos la tostada justo antes de un suicidio colectivo.

Sin carro la cosa es complicada y lloviendo más, así que me echo a Miguel en la espalda y salimos a dar un paseo sin rumbo fijo a ver donde nos metemos. Hace fresco (unos 11 grados).

La primera incursión la hacemos en un edificio que aparentemente era una tienda de cositas para el hogar, nada más lejos, al asomarnos vemos en el hall y en unas escaleras unas 50 adolescentes (y no tan adolescentes) chillando mirando para un rincón (eso si, muy ordenadas). Movidos por la curiosidad y pensando en la suerte de quizás conocer a un actor o como mínimo a un ídolo pop oriental repeinado, al asomarme al rincón veo a un tio vestido de robot lleno de luces que cada vez que hacia un movimiento robótico (no sé como se llaman esos movimientos convulsos) hacía el delirio de las masas. Ellas en fila iban pasando frente al sujeto y él después de tres o cuatro aspavientos les pegaba un pequeño toque en la cabeza (el colmo del éxtasis) y la muchacha después de una reverencia salía dislocada hacia la escaleras donde todas juntas saltando lo celebraban. En fin...para mas señas (o confusión) la película era manga. De aquello solo quedó una larga letanía sobre mi espalda...ta roboot papi? Ta roboot?

No hay niños en Tokio, o no salen los días de lluvia. Leí antes de venir que la natalidad en Japón es tan baja que en el tres mil y pico sólo quedaría un japonés en Japón y, o estaría en pose contemplativa o dando saltos como un mono. Miguel de momento cae bien. Todos señalan sus mofletes colorados cuando se nos escapa corriendo.

Y salió el sol a medio día y nos fuimos al parque Gyon donde va todo el mundo a ver los cerezos en flor, ya lo están pero aún no en su máxima expresión, este año se retrasa (a ver si tenemos suerte...)

Y Miguel que no entiende de barco viendo a lo lejos como un padre y su hija jugaban a correr uno tras el otro cogió una vara del suelo y haciendo el gruñido del "monstroo" salió a la caza de ambos. Al principio jiji jaja pero cuando pasó un cuarto de hora al japonés y a la niña le faltaban campo... Ibamos alejándonos poco a poco y el hombre desesperado nos localizó así que desvió la atención de Miguel hacia él (ya estaba a punto de coger a la niña que había cambiado el semblante de "que mono es el muñeco" a "papá que me da, que me da") y corrió hacia nosotros para que lo cogiéramos. Lo hicimos, contra la voluntad de Miguel que sabía que era cuestión de tiempo estrenar su nueva varita (de hecho la estrenó con su madre).

Terminamos el día cenando en un restaurante cerca del hotel con una carta escrita en japonés pero con fotografías, nos olvidamos de las fotos y señalamos a las mesas. Miguel ya en orden de sueño (Laura aún no) se empecinó en comer de los 30 platos que había en la mesa uno que tenía una especie de setas rojas, y como no dejó de patalear, su madre ante mi insistencia se lo metió en la boca sin probarlo...picaaaaaa!!! picaaaaaa!!!. Picaba y mucho...